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En las últimas dos décadas, la democracia liberal ha enfrentado desafíos sin precedentes. La polarización política y la erosión de la confianza en las instituciones han debilitado el modelo de buena gobernanza. En este contexto, las ideas de Carl Schmitt cobran relevancia, a pesar de las críticas por su asociación con el nazismo. La dicotomía amigo-enemigo y la crítica a la democracia liberal plantean interrogantes sobre las dinámicas políticas actuales y cómo moldean nuestro presente.
Schmitt argumenta que lo político surge cuando un grupo social identifica a un enemigo que amenaza su existencia y moviliza sus recursos para confrontarlo. En un mundo caracterizado por la polarización extrema, la identificación de enemigos políticos y las divisiones ideológicas parecen más relevantes que nunca. Sin embargo, la democracia liberal se ve limitada en su capacidad para responder a estos desafíos debido a su énfasis en los procedimientos y la neutralidad normativa. Schmitt critica esta falta de autenticidad política y propone un poder político asociado a un Estado fuerte capaz de controlar y proteger al ciudadano, incluso suspendiendo las normas legales en caso de necesidad.
Las democracias actuales se enfrentan a una crisis de representatividad y a la despolitización de la vida social. El sistema de partidos políticos ha perdido su capacidad de actuar como dispositivo de vinculación y representación de la sociedad, dejando al Estado sin mecanismos efectivos para relacionarse con la ciudadanía. Esto ha creado un espacio propicio para el surgimiento de líderes carismáticos que prometen soluciones rápidas y simples, desafiando los principios democráticos y las normas establecidas. La tentación de sacrificar las libertades individuales en aras de la estabilidad se vuelve cada vez más palpable.
Ante este escenario, se plantean dos opciones: aceptar un relacionamiento político como el descrito por Schmitt o hacer frente a la crisis. Si se opta por lo último, será necesario replantear las nociones fundamentales que orientan el quehacer político. Esto implicará nuevas formas de relacionamiento entre los diversos actores y un nuevo modelo de conducción política que incluya a la sociedad civil como un actor crítico. La crisis de la democracia liberal exige una reflexión profunda y un compromiso renovado para construir formas de relacionamiento político más prometedoras que las planteadas por Schmitt.